jueves, 16 de octubre de 2008

GRAN HERMANO: INTIMIDACIÓN EN SU MÁXIMA EXPRESIÓN

Lo importante de convertir una novela escrita en una sólida propuesta audiovisual es que las acciones que allí se exhiben adquieren un nivel de realidad más específico, notorio y con una mayor ilustración. ‘1984’ es una de esas tantas obras literarias que se ha repensado dentro de la construcción social, por medio de su puesta en escena como película: del Michael Radford al director George Orwell.

Me gustaría empezar este artículo trayendo a colación dos planteamientos bastante llamativos; son dos frases que aparecen en el comienzo de la película: La primera, que reza “el crimen mental es la muerte, (...) significa la muerte”, es una clara manifestación de que la mente, en efecto, puede controlar la gran mayoría de las acciones de nuestro organismo, y a su vez facultarnos para ejercer gran poder hacia los demás.

Otra de esas frases que llama la atención y que suscita un nivel de comprensión bastante alto es “si hay esperanza, está en los proletariados”. Aquí está la clave de todo proceso social: el proletariado, la clase trabajadora, como el grupo en que se pone toda la carga del desarrollo de un territorio determinado. Lo ideal sería que el sólo hecho de ser el ‘proletariado’ no le confiriese un carácter más despectivo al uso de dicha palabra, pero es así. Es la clase pobre, la clase que suda la gota gorda para sacar adelante sus ideales e, irónicamente, los de sus jefes.

Es lo que sucede en esta película, que se caracteriza en la Oceanía de la época, se propone el partido social Ingsoc, comandado por un hombre secreto: el ‘Gran Hermano’. Un ser extraño que ejerce su mandato imponiendo un orden social oscuro, lleno de prohibiciones, ocasionando que uno de quienes conforman dicho orden (Winston Smith) viole algunas reglas, por ejemplo, cuando se arriesga a tener relaciones sexuales con una de sus compañeras, con una de sus ‘hermanas’. Además, está el hecho de modificar información esencial para sus ‘copartidarios’; claro que esta es una de las labores que le han sido encomendadas dentro del Ministerio de la Verdad, al que él pertenece.

El Gran Hermano, visto como ese sujeto que a cada hora está vigilando, por la pantalla de un gran televisor que se instala en cada cuarto, da esa sensación de libertad esclavizada, es decir, una relativa libertad en la que cada acto es minuciosamente observado y controlado. Tan controlado que, además de imponer el Ministerio de la Verdad, instauró los del Amor, la Paz y la Abundancia, con propósitos completamente distintos al que tiene el nombre de cada uno de ellos.

Es tanto el sentido de esta atemorización y sensacionalismo, por saber qué hacen los otros, generado por esta película, que hace algún tiempo vienen sugiriéndose en los espacios televisivos los mal-llamados ‘realities’, o convivencias de personas que van en busca de un objetivo tanto económico como social, y en las que se sujetan a unas normas específicas que, en caso de no cumplirse, se aplicarían con la suspensión del infractor.

El caso es poder observar que, con películas como ésta, se da inmensa cuenta de cómo las políticas de una determinada organización llegan a influir de manera directa en cada uno de quienes hacen parte de ella. Podríamos remitirnos a nuestra política actual y reflexionar acerca del poder que tienen los medios en cuanto a la construcción del imaginario político de determinado grupo de personas.

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