jueves, 23 de octubre de 2008

EL SALADO, DESDE EL PARQUE

Me senté en una de esas bancas típicas de un parque. Sólo que no sentí como si estuviera en un barrio cualquiera. En un momento, pude contemplar cómo la actividad de un pintoresco pueblo del departamento de Tolima -o hasta cualquier otro territorio con complexiones de pueblo lleno de gente trabajadora- me hacía dócil ante sus rutinas, ante lo que puedo encontrar en sus parques.

Fácil era acostumbrarme, y a la vez confundirme, pues no sabía qué hacen un bar o tomadero, como se le conocería en las épocas de nosotros, los jóvenes, y una iglesia en un mismo espacio, conviviendo, haciendo gala a aquel adagio popular que justifica al que peca y reza, porque empata. Cual guerra o manifestación sexista es la ubicación de mujeres en la santidad y hombres, en la impureza.

La mole de cemento ‘sagrado’ llamada iglesia es una modificación de lo que antes era una capilla antigua, al estilo colonial. En la actualidad, luego de los tiempos felices, es una bella construcción que primero fue blanca y de bordes rojos, pasando luego a tener un azul, algo ‘pastel’, en su fachada.

Dentro del parque, una particular amalgama generacional aparca y convida: abuelos y niños disfrutan en los columpios, ríen, se hacen casi uno al confundir sus risas. De repente, una imagen de infancia feliz recorre los recuerdos de este reducido hombre que ahora se dedica sólo a mirar, analizando de lejos y de cerca. Lo que se disfrutó, se disfrutó.

Las vendedoras de los productos más originales y/o tradicionales como refrescos, salpicones, mangos, papas y demás de las que denominamos ‘galguerías’, hacen juego con los cientos de niños que hacen su comprita de la tarde y, en cuestión de minutos, vuelven a sus atracciones, como si nada.

Vi al loco del barrio, un hombre singular, aunque una de sus coterráneas me dijo que, realmente, el no era del lugar; que él simplemente había estado en otro barrio y que ahora le gustaba chupar una colombina casi todas las tardes, sentado alrededor de la cancha de baloncesto.

En la cancha, a propósito, veo cómo los niños se congregan y practican sus deportes favoritos, aunque no sean sólo actividades relacionadas con una esfera de goma o de hule; los ‘caballitos’ de acero de corte competitivo y todo terreno también hacen parte de la rutina siempre movida que el parque tiene.

Abuelos sentados descansando, algunos, en los bastones que deben llevar, mujeres de espíritu progresista, que ofrecen sus productos, misceláneas pintorescas que dan la sensación de tener una cadena de Carullas y Éxitos cerca, y, más aún, la siempre convicción de que este espacio permite repensar al barrio como un pueblo con sus propias características, son frecuentes en los espacios de El Salado.

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