Cuando la ley colombiana da tales libertades, lo mejor, en estos casos, es llevarlas a la práctica. Una asociación de personas con determinados intereses, apremia; más aún, cuando la comunicación y la integración a veces fallan debido a la radicalización de las diferencias entre cada ciudadano.
¿Qué sucede en el barrio El Salado? Al recorrerlo, se pueden confirmar las
Claro que, como en toda búsqueda, una caída es símbolo de un mejor desempeño, de una satisfacción final. Esto, referente al hallazgo de organizaciones que defienden la máxima que no se deja de pregonar en estos tiempos, aquella defensora de que los niños son ‘la esperanza del futuro’. En El Salado, dicha premisa se concreta con la presencia de uno de los centros de acopio infantil más importantes del lugar, el Jardín Comunitario “Mis Angelitos”.
Este es un establecimiento lúdico y educativo que alberga niños con edades entre los 2 y los 5 años, apoyado económicamente por el Ministerio de Salud, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y la Junta de Acción Comunal de dicho barrio, y que completa quince años de funcionamiento en la comuna número 7 de Ibagué.
“El jardín atiende actualmente a 90 niños que cursan sus grados pre-jardín y jardín A y B, distribuidos en dos jornadas: 8 a 12 del día (45 niños) y 12 a 4 de la tarde (45 niños)”, explicó Yamileth Rengifo Rengifo, Licenciada en Educación Infantil y Preescolar de la Universidad del Tolima, quien lo dirige actualmente.
Cada niño que quiera ingresar al jardín debe cumplir los requisitos básicos del acceso a la educación. Las condiciones económicas son, sin embargo, uno de los puntos en que más se enfatiza. “Aquí se reciben, además, niños desplazados, razón por que establecemos tales requisitos para la selección”.
Aún así, no todo es color de rosa en este jardín. Según lo afirmó Rengifo, a este jardín no se le está girando el monto suficiente para su sostenimiento. “Mientras a otros jardines se les aporta alrededor de $40’000.000 mensuales, a éste sólo llegan dos millones y medio, que no alcanzan para cubrir alimentación, costos educativos, de personal y servicios públicos”.
Por esta razón, se cobra una cuota de participación de $16.000 mensuales por cada niño. Se hace una excepción a los niños desplazados, que pagan sólo ocho mil. “Con eso y con lo que paguen los padres nos tenemos que sostener”, aseveró.
Argumentó que, según las directivas del ICBF, para que el jardín pueda tener derecho a un aumento debe cambiar su modalidad de funcionamiento, es decir, una sola jornada de 8 a 4 p.m., con sólo un grupo de niños. El temor que Rengifo tiene es grande, puesto que de los tres jardines que existían con tales características, dos -que se ubicaban en Medellín y en la Costa Atlántica-, ya desaparecieron. Es el único jardín que se encuentra en el barrio, por tanto da prioridad a niños del sector. No obstante, “si viene un niño de otro barrio, y hay un cupo disponible, se admite”.
La infancia necesita espacios para captar y socializar sus conocimientos primeros. Estos inconvenientes sufridos en los espacios de los entes gubernamentales son la muestra fehaciente de que aún falta mucho por hacer en cuanto al rescate de los mínimos valores: la protección a la infancia, su derecho a la educación y otras tantas cosas que sólo pueden partir de una buena inclusión en la vida social.
Cuando falta un grupo que integre los intereses de cierta conglomeración de personas que viven en determinado barrio, se conduce implícita y explícitamente a la crisis de la identidad tanto en la localidad como en la ciudad que la alberga, siendo difícil construir el imaginario socio-cultural que desde allí se debe gestar.